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Historietas de memorias bogotanas
UN ARTE DE PIXELES

Se comentaba que los habitantes de algunas regiones de nuestro planeta, aún tienen miedo a que les tomen fotografías. Era peligroso, pensaban ellos, que este sistema les robara el alma; y pueden ser los mismos que creían que un micro chip llegaba con las vacunas recientes. En nada de esto creerían, los franceses Nicéforo Niépce y Louis Daguerre que trabajaron años en el siglo XVIII mejorando la imagen recogida por la "cámara oscura". Debemos admirar sus trabajos pioneros y la asombrosa evolución hasta nuestros días. Del daguerrotipo que captaba las luces y las sombras para depositarse en la placa de plata y que recurría a la paciencia del retratado que debía permanecer absolutamente quieto para no salir movido, tiempo en que se les decía a las cámaras de fotografía, cámaras instantáneas. La gente decía: toma una instantánea o una placa. Otros abreviaban, el evento, con la palabra foto, los más sofisticados pedían un retrato, aludiendo al hecho que cuidadosamente y con tiempo hacían los buenos pintores. Muchos rollos de celuloide se gastaron y aún más, con la llegada de la fotografía en movimiento, el cinematógrafo, esto último estrenado en 1895 por los hermanos Lumière en París. Visto hoy, debemos reconocer la grande y extraordinaria evolución de ese medio de la verdad. Una cámara nos acompaña en el Smartphone y difícilmente quedan algunos que no se hayan animado a experimentar sus habilidades en el arte de la instantánea digital. Muchos disparadores compulsivos comentan que no tienen tiempo de ver lo registrado por su teléfono y que con un mayor número de pixeles sienten que han hecho un mejor registro. Pero la fotografía durante el siglo XX se convirtió en un arte de marca mayor, solo el artista logra encuadrar una imagen milagrosa, que su ojo y su sensibilidad separó de la naturaleza. Ya al retratado no le roban el alma, pero si al observador de una obra de arte fotográfico de asombrosa belleza.
GGS
UNA MAÑANA DE PELÍCULA

Qué extraños resultan los espacios enrejados que encuentran los bogotanos y los turistas en un sitio tan céntrico de la ciudad como la carrera séptima, esquina con la Avenida Jiménez; seguramente imaginan por una cierta semejanza, el acceso a un metro parisino. Los vecinos y transeúntes de los alrededores advierten que son las entradas a los conocidos como sótanos de la Avenida Jiménez. Estos misteriosos espacios bajo tierra guardan historias que muy pocos conocen; la mía, es como sigue: fue una mañana de domingo, a eso de las once, en la función matinal. Se me vio entrar y descender por varios escalones a la oscuridad; nos llevaba de la mano la tía Lola. Ella nos había invitado a mi primo y a mí, éramos niños que por aquellos días rondábamos por los seis años , yo entraba por primera vez a cine. Era un pequeño salón subterráneo de proyección conocido por entonces como el "New Reel" que contaba con algo más de sesenta sillas. Recuerdo que la película protagonizada por Laurel y Hardy se llamaba "Fra Diábolo", la vi, o digo la vimos, con cortas interrupciones, se reventó un par de veces, pero continuó mientras los pocos espectadores pateaban y chiflaban y eso me hizo sentir muy incómodo: le sumaba al encierro la expectativa y la necesidad de salir a la superficie, de todas maneras, era mi primera película, hacerme reír, no siempre lo lograron conmigo.
Salí colmado de sensaciones, el cine, el sótano, el misterio. Aun no entiendo por qué la tía había escogido ese sitio para ver cine existiendo muchos en la época. La tía me preguntó si me había gustado y creo que no le contesté porque vi que había pagado los sesenta centavos de mi boleta.
Ahora entiendo que me produjo una mezcla de intensas emociones las que hoy me motivan a contar esta historia; entonces para extender el cuento, me di a la tarea de investigar notas de prensa dispersas que me ayudaron a hilvanar este sencillo relato.
Uno de los principales ríos que cruzaban la ciudad era el San Francisco, este río fue canalizado en 1930 y hoy corre subterráneo y los sótanos, que las obras de canalización, en parte, originaron, se hicieron útiles y transitables, por esos días ya para 1939 una lluvia de ideas surgieron para invitar a los cachacos a utilizarlos: habría un estupendo sauna, un local para billares, algunas canchas de bolos, unos baños turcos, un café para tertulias, pero los planes se aguaron y terminó siendo una especie de pasaje comercial que duró muy poco, posiblemente por escasa promoción o por la humedad del ambiente a cinco metros de profundidad, pero lo más probable es que muriera de soledad. No obstante, no sé en qué momento fue construido el pequeño salón cinematográfico de mi cuento; el hecho es que allí retumbaron cientos de voces fuertes y graves de Hollywood como la de Anthony Quinn y tantos grandes de la época, películas que, en una segunda etapa, aparentemente la de su decadencia, tuvo proyecciones de cine continuo.
Llega ahora a mi memoria lo que contaba papá del río antes de su canalización, decía que no era muy caudaloso a principios del siglo XX y que con sus hermanos jugaban a cruzarlo en zancos. Vivian ellos a la altura de la carrera Quinta, frente a lo que fue otro salón de cine el "Cinerama", en fin, la obra de canalización permitió, junto con la demolición de un gran edificio el Rufino José Cuervo, para que parte de la hoya y el espacio bajo el edificio, se convirtiera en los ya mencionados túneles con salidas en las cuatro esquinas de la avenida, en la carrera Octava dos a norte y a sur y los dichos de la Séptima también a norte y sur. Se cancelaron las entradas del norte con la llegada del conocido como eje ambiental. Encima, a lo largo de la vía ampliada se ha permitido la circulación de cientos de miles de automotores y hoy de los articulados del sistema Transmilenio.
Este espacio subterráneo que permaneció un buen tiempo sin uso, en los años setenta, el Instituto Distrital de Cultura, que lo tenía a su cuidado, lo entregó (o?) a las escuelas de formación en artes que tenía Bogotá, para convertirlo en un espacio formativo.
Cuentos y recuerdos se suceden en ese lugar durante la década de los sesenta, se tuvo un estudio radial desde donde el trio cómico "Los Chaparrines" alegraron las tardes radiales bogotanas; ampliados y modernizados los estudios, se hicieron multitud de grabaciones, se dotó un buen teatro con excelente y cómoda silletería y un aforo de ciento cincuenta espectadores, bautizado con el nombre del gran hombre de teatro don "Luis Enrique Osorio", ahora a cargo de la Universidad distrital Francisco José de Caldas para su facultad de artes y la academia ASAB. Al espacio le han dado vida estudiantes y maestros. Cabe recordar el privilegio de las visitas y actividades del maestro Santiago García y el otro gigante de la actuación don Pepe Sánchez; y es que en estas instalaciones se han formado muchos artistas notables del presente y del pasado.
Leí en otro suelto de prensa que existió en el lugar un museo de cera, pero de tan escasa factura que le conocieron como el museo del horror, no obstante me produjo más curiosidad el hecho de que enterrada en el costado norte existe una locomotora de vapor, y se dice que estuvo en la década de los cincuenta preparada para conectar el sitio con la estación de La Sabana de la carrera Diecisiete y que estaba preparada para sacar a Teniente General Jefe Supremo, en caso de necesidad extrema. Esto no lo creo y me hizo más gracia que la película que vi con la tía y el primo.
Hoy existe un moderno estudio de grabación, un pequeño teatrín de títeres para niños el "Gabriel Esquinas". Van y vienen los aconteceres de estos lugares, abandonos, funciones de teatro gratuito, la prensa nos recuerda de su existencia entre cierres y reaperturas.
No quiero dejar, con mi relato de infancia, un sinsabor para quienes quieran visitar el sitio que se extiende 98 metros entre carrera Séptima y Octava, con buena luz y ventilación, paredes blancas, diseño agradable que por tramos permite descubrir los vestigios de un interesante pasado, como aquel que permite ver la bóveda que soportaba el famoso puente sobre la "Calle Real" que por primera vez unió el sur con el norte de nuestra ciudad en la época colonial cuando la llamaban Santafé, placas internas anuncian las mejoras y los gestores de estas en diferentes épocas.
Vale la pena visitarla si la encuentras sin candado, al enterarse previamente las horas en que se puede circular. Ggs 22.

El mejor aliado del contagio en esta pandemia es ELSILENCIO. En medio de estos ascensos del número de contagiados que no se logra controlar, nosotros en todos los lugares de Colombia, nos sentimos impotentes. No somos una excepción en el planeta, los protocolos de seguridad nos los sabemos de memoria y hacemos un lavado frecuente de manos, llevamos el tapabocas bien puesto, una botellita de alcohol, respetando la distancia con el vecino, prescindiendo de las reuniones con varios asistentes... y todo esto, haciéndonos pruebas que se exigen... luego de vacunas con refuerzos, seguimos viendo el ascenso incontrolado de contagios ¿qué más hacer? A mi manera de ver, existe un culpable que todos conocen, pero nunca sale a la luz. Se trata del el irrompible ¡ S I L E N C I O !. No es la primera vez que intento reconvenir con alguien que afirma que al sospechar de un contagio la gente se asusta y opta por callar; esta actitud me parece, no sólo cobarde sino irresponsable. Si alguien sospecha al verle indispuesto, le pide que se calle que seguramente es una gripa... para qué alarmar, y espera poniendo en riesgo no solo a él mismo sino a esas personas que quiere y lo quieren. ¡Estoy vacunado, no tengo problema!, dicen irresponsables que atentan contra la salud y siguen campantes contagiando y callando. La vacuna no evita, en lo más mínimo, el contagio. ¿Quién no ha escuchado a un conocido que dice?: -aquel tiene síntomas y parece que se contagió, "pero es mejor que no se sepa"; y luego, es tarde, ya ha contagiado irremediablemente a muchos. Si lográramos aislarnos de nuestros seres queridos y de los que nos rodean "a la menor sospecha" o al menor síntoma, estaríamos empezando a proteger realmente el planeta. Pero esto solo está en manos de los valientes.
Gonzalo Garavito Silva
¿CON QUÉ MÁQUINA HABLO YO?

No sé cuánto tiempo hace que la afamada revista Selecciones publicó un tierno relato corto acerca de un niño que se encariña con la informadora telefónica de los tiempos idos. No sé tampoco qué tanta cantidad de lectores recuerde la viva voz que tenían las informadoras nuestras en Bogotá. Si no recuerdo mal, el artículo que nombré al comienzo se llamó "Información por favor". El chiquitín llamaba a la operadora y obtenía cariñosas respuestas de la amable interlocutora. ¿Qué pasaría hoy cuando ya no existen contestadores humanos en casi ninguna parte? No sé tampoco si yo estoy de malas pero mi teléfono fijo se encuentra con toda clase de pregrabados que dicen: "lamentamos informarle que el teléfono marcado no existe". "El usuario de teléfono marcado ya fue alertado" "Digite el número de su identidad" ... es tal... si es acertado marque uno; de lo contrario, marque dos. "Todos nuestros operadores están ocupados; intente más tarde. Si conoce el número de la extensión, márquelo ahora". El reto hoy es tratar de comunicarse para hacer un reclamo, no se diga a un banco, a una empresa aérea, a una entidad gubernamental, etc. con suerte le pide la máquina, "Ingrese a nuestra página de Internet". Se llega al desespero en este lenguaje maquinal, entonces toma su auto para conseguir hablar con el ser humano buscado, pero antes le dice otra máquina: "A trescientos metros, gire a la derecha". Y la grabación finalmente remata: "Usted ha llegado a su destino". En efecto, ¡ el destino del ser humano es endulzarles el oído a las máquinas! y evocar mejores días. Respecto a este escrito si desea comentar: su contestación tendrá costo-después del tono, "deje su mensaje". ¡Ah! me olvidaba. ¡Recuerde, que la forma de marcar ha cambiado! Para más información, entre a la página "Cámbiala puntocom punto co".
Gonzalo Garavito Silva

Sucede en Bogotá y este es el primer recuerdo: que titulé: "Regalo de una Mujer" Frecuentemente transito por la calle 140 del barrio Cedritos. Una tarde recién pasada, me llamó la atención una mujer joven y atractiva, que, a la altura de la carrera décima, portaba un par de guantes de boxeo, lo contrario de sus congéneres que por esa transitada vía portan elegantes carteras. La vi ingresar por un portón que tenía en alguna parte el letrero de Boxing y un nombre que no recuerdo. Empiezo a entender por qué ya no se puede dejar de nombrarlas en cualquier saludo de bienvenida "todos y todas" aunque la academia de la lengua lo considere artificioso e innecesario; ellas han recuperado sus derechos y ahora sus derechas muy peligrosas el un ring de boxeo. Pero mi cuento aparece con fecha del 1922, casi, casi cien años atrás. Con bombos y platillos, en ese año memorable se anunció, un combate de boxeo en el más sofisticado coliseo de ese tiempo, el gran salón Olimpia con aforo de 5.000 personas y diez años de atracciones populares. Resultó que los empresarios deportivos trajeron a la ciudad un retador para el invencible campeón colombiano Nicolás Tanco, un elegante cachaco que sabía trompear como ninguno. Un público delirante acudió como si hoy fuera ir a ver a "la selección Colombia". El retador míster Ben Brewer un norteamericano al que nuestro público no lo vio con posibilidades de vencer a nuestro glorioso campeón. Sonó la campana para el primer asalto en medio de una gritería de entusiasmo que recorrió como un trueno nuestra tranquila capital, y de un solo derechazo en el primer asalto puso a dormir en la lona a nuestro crédito. Un silencio aterrador de un público anonadado duró unos segundos que sirvieron para potenciar la ira consecuente de la enfurecida concurrencia; fue necesario traer a la policía para impedir un linchamiento. Demoró en volver en si el golpeado Tanco y otro tiempo más prolongado para que los bogotanos se resignaran y no lo siguieran considerando como una calamidad pública. Las cosas quedaron así por un tiempo, meses después, luego de agotadores entrenamientos y sobrealimentaciones, pusieron a Tanco de nuevo frente a el mismo Brewer y el público delirante, desbordado ansioso de revancha sobre pasó el cupo, esta vez del coliseo de San Diego. Sonó la campana y en segundos se silenció la muchedumbre en el primer asalto cuando un derechazo demoledor puso a dormir de nuevo a Tanco en la lona que se perdió por su estado de inconciencia los aplausos y los vítores entusiastas para el vencedor, su contendor Brewer. Pensé entonces en nuestra joven boxeadora de la 140 que posiblemente desconoce esta historia y de lo que si estoy seguro es que no soy muy conocedor del deporte de las narices chatas entre las chatas bogotanas. Prueba de esto es mi sorpresa inicial al ver la mencionada en la 140 y la mayor cuando me enteré que Colombia tiene campeona mundial de ese deporte en el 2009 abalado por el consejo mundial de Boxeo, la cordobesa Leily Luz Flores. Quien conquistó su titulo con un contundente derechazo en el primer raund de su pelea.
Mi ignorancia es atrevida en materia de boxeo no saber que en esta vida existe lo que no veo
En el boxing, si embargo una dama, quien lo creyera nos dio revancha postrera a la derrota de Tanco Las mujeres como Flores A aquella gente frustrada de esa memoria pasada borraron sus sinsabores.
G.Garavito Silva
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